Al inicio de la actual década un nuevo espectro comenzó a
sobrevolar Europa. Tenía su origen en Estados Unidos y se llamaba fracking, en
castellano fractura hidráulica. De creer a sus apologistas, el “nuevo maná” que
estaba devolviendo a los Estados Unidos a la posición privilegiada que había
ostentado hasta la década de 1970 -ser el mayor productor de petróleo del
mundo- era una esperanza para las compañías gasísticas y petroleras y un
espanto para los colectivos ambientalistas.
Las nuevas tecnologías de perforación horizontal con
multifractura hidráulica han permitido acceder a yacimientos hasta ahora
inaccesibles de petróleo y gas que han revertido por el momento el declive
mantenido y constante de la producción de petróleo y gas estadounidense durante
las últimas décadas. Este incremento es importante y ha dado un cierto respiro
al contrastado desplome de la producción mundial de hidrocarburos.
No obstante, las proyecciones hechas por los operadores y
por algunas agencias gubernamentales según los cuales esas tecnologías son una
“revolución” que abre una nueva e interminable era de “independencia
energética” para los Estados Unidos, que dejará de ser un país importador de
combustibles fósiles y se convertirá en exportador de energía, carecen
absolutamente de fundamento. Al fin y al cabo, los combustibles fósiles son
recursos finitos y esos pronósticos desorbitados son inalcanzables.
En este enlace podéis bajar los índices del libro y en este otro el Capítulo 1 completo.